Entonces no me hizo falta meditar.
-¿Estamos locos? Claro que no.
-Y entonces, ¿por qué sigues dándole tantas vueltas?
Y callé. Callé para sumergirme dentro de me mí misma y buscar la respuesta. Buceé en un mar de lágrimas y desenterré sonrisas... Recordé y analicé.
Como siempre. Porque lo analizo todo, todo, hasta encontrar una solución que me convenza, aunque no siempre me agraden.
-Por orgullo. Porque me niego a admitir que fui tan horriblemente estúpida como para enamorarme de una piedra. Porque quiero pensar que me utilizaron.
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Y si el viento acercara esa pregunta de nuevo a mis oídos, se llevaría la misma respuesta de mis labios.
No es su presencia. Es su ausencia la que hiere mi orgullo.
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