Al fondo, las notas y acordes se escapaban del aula por debajo de la puerta, atravesaban el pasillo y llegaban a mis oídos.
Corrí y con tanta prisa que llevaba me detuve ante la puerta. En cuanto yo la golpeara para entrar, la melodía se detendría... Y ah... sonaba tan bien... que demoré unos segundos más.
"Sigue tocando mientras espera a que llegue... "
Abrí la puerta saludando como siempre. Pero no era mi profesor... era un pequeño rubio de ojos azules...
Un ángel se ha colado en la clase, pensé.
Y con mis sentimientos a flor de piel, pude enamorarme momentáneamente de él. De él y su música. De él y su futuro.
Y mi mente voló aún más allá y lo vestí con varios años. Pude verlo abrazando a alguna chica... Pude ver su sonrisa... Y sonreí.
Me miró con curiosidad y luego volvió a entregarse al pentagrama.
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Ya había olvidado lo que sentía al verle tocar el piano... Ya había olvidado cuánto me gustaba escucharle.
Dios mío, cuánto deseé que unas manos me acariciaran de la misma manera que ése hombre acariciaba su piano.
Cuánto deseé entregarme de la forma en que sonaba el piano al sentir su tacto.
El músico conoce cada rincón de su instrumento, y sabe cómo jugar con él. Sin hacer daño.
Con delicadeza, recorre cada tecla con sus dedos... y suena melodía...
Volví a enamorarme de esa sensación.
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