Caminé para terminar arrodillada, recogiendo mis pedazos, mirando a la pasividad sentada en mi sofá azul.
No importa lo fuerte que haya apretado la mandíbula. No importa el día entero de silencios incómodos. No importan las palabras toscas, ni las miradas de desprecio. Porque la pasividad no entiende de pedir perdón.
Un miedo infinito. Si fuera valiente... Pero hay cosas que no deben ser escritas.
Vergüenza de haber podido pensarlas
Ya no recuerdo cuándo dejaste de ser el príncipe de mis cuentos. O quizá nunca lo fuiste.
!
¿Hasta cuándo pensabas seguir en tu silencio? Hay heridas cuyas cicatrices no deseo en mi piel.
Tú siempre me haces lo mismo...
No tienes ningún pedestal en el que pueda admirarte hoy.
No hay comentarios:
Publicar un comentario