Simple y llanamente.
No "te quiero, cielo" porque entonces estaría amando la cubierta celeste.
No "te quiero, ángel" porque entonces estaría amando a una criatura fantástica.
Ni "te quiero tesoro" ni "te quiero corazón". Yo no quiero a la avaricia ni a un órgano que palpita.
No quiero adornar esa acción con pieles innecesarias. Reducirlo a su significado último (y primero). Sin sinónimos ni otras palabras que vengan a decir lo mismo sin decir nada, rodeando lo que de verdad es.
Desnudo, sin artificios elaborados, sin barroco, sin rococó, sin ornamentación en exuberante proporción. Sin nada que pueda esconder su plena esencia bajo tupidos velos de seda y terciopelo. Sin azúcar, sin sal, me gusta así.
Sin otra piel que un pronombre, suave sonido. Sin nombres propios, sin armaduras que nos encierren en un cuerpo. Olvidando la forma y manteniendo el fondo, insondable fondo de nuestra alma. Vivir en los pronombres, ¿verdad Salinas?
Entiendan este texto, por favor. Exprímanlo hasta quedar envueltos en su olor, que penetre y que cale hasta los huesos, que no se quede como se quedan inocuas las gotas de agua sobre un metal opaco.
Que esto no es una comparación. No es como un ángel, ni como el cielo, ni como tesoros o corazones. No es como. Pero tampoco es; tampoco es metáfora, no.
Eres tú, reducido a ti mismo. Y yo...
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