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¿Y por qué ése y no ningún otro?
Recuerdo sus palabras.
Porque aunque sólo fuese por interés propio, me comprendió. Recuerdo cómo quise llorar cuando escuché de sus labios "No tienes que darme explicaciones. Yo ya sé que tú no eres ninguna puta."
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Volví al presente.
Tan sólo habían pasado unos segundos desde aquel comentario inoportuno, pero sé que se nos hizo mucho más largo.
¿Te ha molestado?
Se atrevió a decir. Pocos tienen el valor de preguntar por la causa.
El ligero movimiento vertical con la cabeza combinado con el camuflaje de mis ojos tras mi flequillo confirmó sus sospechas.
Pocos tienen valor para hablar. Muchos menos, a pedir perdón.
Pero lo hizo. Claro que lo hizo. Porque es él. Y él no tiene miedo a disculpar-se/me
Un silencio sepulcral inundó nuestros cuerpos y el tiempo se detuvo. Como si su corazón no se atreviera a latir sin mi respuesta, como si sus pulmones no se atrevieran a soltar el aire sin mi perdón.
Así me observaba, expectante. Como si el más ligero pestañeo pudiese derrumbarme, como si la más mínima brisa pudiera quebrarme y destruirlo todo. Como si una palabra más pudiera romperme en mil pedazos.
Pude leer notas de miedo en su mirada con tiznas de arrepentimiento.
¿Cómo no perdonar a ese ser perfecto?
Perdí mi sonrisa en ese hueco que me tiene reservado y lo abracé. El tiempo volvió a su transcurso normal.
Ángel, tú no te preocupes. Te perdono. Te perdonaría hasta la destrucción del mundo... porque sé que no fue tu intención. Porque tú no sabes siquiera lo que es hacer daño. Eres ajeno a todo lo malo. Por eso te perdono... Por eso te quiero...
Tú nunca me haces mal
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