Y se siente pequeña y se pone nerviosa. Cree que le temblará la voz e intenta decir lo menos posible, aunque en realidad, tampoco se siente capaz de articular grandes frases porque él la mira, la está mirando; de hecho, están conversando. Ahora que lo pienso, pocas veces aguanta sus ojos clavados fijamente en ella. Porque es así como él habla. Sin rodeos, sin palabras innecesarias, directo al alma. Y cuando es preciso, calla. Y no es que calle demasiado tiempo, es que es necesario ese silencio. Pero eso ella no lo entiende hasta que se han alejado varios metros y se esmera en hablar y hablar y repetir frases torpemente por no escuchar que no se dicen nada. Se despiden con dos besos esta vez. ¿Con dos besos? Se convierte en piedra unos instantes y luego sonríe, aún con el vello de punta, que ella esperaba la simple despedida de siempre.
Volvió con una sonrisa a casa, aquella inocente e inexperta niña...
Me río de sus torpezas pero en realidad, no me queda más remedio que quererla.
Esta pequeña e inexperta...
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