Se separaron nuestros labios y luego nuestros cuerpos, poco a poco, que los cambios bruscos de temperatura no son buenos" Cada uno hacia un lado, aún con las manos entrelazadas.
Recuerdo que ya no le miraba. Ahora sólo su sombra, que se alejaba, al igual que su mano, suave.
Justo en el instante en que nos soltamos, en el mismo momento que dejé de ver su sombra, una lágrima decidía abandonar mi ojo izquierdo.
Avancé rápido, un pie tras otro. En cada paso, el eco de unos tacones:
Frustración. Orgullo. Rabia. Impotencia.
Esos zapatos me hicieron rozaduras. Y aún así continuaba pisando fuerte.
En mi mente, sentimientos que ni siquiera tenían nombre. La situación había sido llevadera (disimulable) hasta que él no aguantó más. Mis ganas de sonreír se habían escapado como el aire de sus repetidos suspiros, de sus continuos mirar el reloj.
También continuas llamadas y continuos "no me apetece hablar" que se negaba a entender.
Y ahora estaba allí, en medio de ninguna parte. Nunca antes había pasado tanto tiempo... ¿Cómo que tanto tiempo? Allí el tiempo no existía. Me desesperaba.
"Eres lo más importante"
"¿Lo dejarías todo por mí?"
"Sí"
Pero yo estaba sola en medio de ninguna parte. Y yo, sola, estaba siendo egoísta.
"Tengo miedo a perderte por culpa de la situación"
"Podría decirte que no tuvieras miedo"
"¿Podrías...?"
"..."
Se me partió el corazón al escuchar el temor corriendo por sus mejillas. Respiración entrecortada, sollozos, quejidos. Sentí como toda mi masa visceral se reducía a nada, se empequeñecía y salía por mi boca, en un débil susurro...
"...te quiero..."
"Nunca me pedirás nada que no pueda darte"
Ven.
Suerte que nuestras despedidas no duran para siempre...
Suerte que vendrás...
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